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El movimiento de las estatuas

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Dicen que la necesidad aguza el ingenio. Dicen que los argentinos somos ingeniosos. Puede ser. En estas cosas pensaba días pasados al caminar por Florida, que pese a todo mantiene una impronta de ingenioso movimiento. Me acordé de hace más de veinte años, cuando otra crisis aguzó el ingenio de los argentinos e inventamos las estatuas vivientes. Y si no las inventamos, las popularizamos y hasta las exportamos. Que todos hemos visto compatriotas disfrazados de dioses romanos o diegos maradonas en las ramblas, antes de ser imitados por otros ingeniosos, otros migrantes. Pero cuando florecieron las estatuas ad hoc hicieron de Florida su centro monumental. Uno andaba esquivando sirenas, hombres invisibles, reyes y hasta dudosos cantantes pop tirando a hieráticos. Todos convivían pacíficamente y en silencio, siendo esta su mejor virtud, para mi gusto.

Entre ellas, me fijé en una mujer azotada por el viento. No era tanto una estatua, porque no simulaba mármol ni piedra alguna. Más bien parecía una joven petrificada. Vestida de oficina, pero quieta. Quieta, pero azotada por el vendaval. Los pelos de punta, el abrigo levantado. Me llamó la atención porque, a las dos o tres cuadras, apareció otro petrificado empujado por el céfiro, pero en dirección contraria. Sosteniéndose un sombrero, otro abrigo volador, un portafolios a punto de alzar vuelo. Cosas del viento, pensé.

Como era previsible, el viento los amontonó. Cuando los volví a cruzar ya hacían un dúo de estatuas vivientes azotadas por el vendaval. Era muy enternecedor ver cómo se sostenían de la mano defendiéndose de la ventolina adversa. Podíamos adivinar en ellos un pacto férreo para enfrentar las adversidades. Climáticas y las que vinieran. La gente se paraba para mirarlos y, claro, contribuía. Para mantener unido lo que el viento no debe separar. Se ve que se mantuvieron muy unidos, nomás, porque al tiempo a ella se le empezó a notar el embarazo. Al poco tiempo el flaco siguió solo y a pie firme contra el viento. Y un día ella volvió trayendo a su bebé para que contemplara al papá enfrentando las tempestades. Durante unos meses se fueron alternando en su profesión de estatua. Cuando uno salía a la intemperie, el otro guarecía a la cría de las inclemencias. Es los que todos venimos haciendo desde tiempos inmemoriales, al fin y al cabo. Un día no los vi más. La crisis cedió, las estatuas dejaron de concitar la atención, tal vez ellos consiguieron un trabajo más reposado, más al amparo de las tempestades, cosas que pasan en este país de vez en cuando.

Como dije al principio, en estos días volví a caminar por Florida, y volví a pensar que otra vez nos enfrentamos a la ventolina de la crisis, otra vez los compatriotas necesitamos aguzar el ingenio. Y se me dio por pensar en ese bebé nacido de aquellos vientos. Debe tener más de veinte años. Temí por él, temí verlo a la vuelta de la esquina, petrificado y contra el viento, como sus padres.


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