Opinión Escribir no es lo que la gente piensa 6 minuto leer Comentarios desactivados en Escribir no es lo que la gente piensa 0 Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir en Google+ Compartir en Reddit Compartir en Pinterest Compartir en Linkedin Compartir en Tumblr Sobre la escritura, puedo decir una cosa: no es lo que la gente piensa. Así lo escribió Henry Miller en Primavera Negra. Odio la expresión “la gente”, pero esta vez se trata de generalizar, porque ser uno más, a veces, es un alivio. La gente piensa que los escritores andamos flotando en busca de inspiración, que al momento de escribir sabemos cuál es la palabra correcta en medio de una especie de trance hollywoodense, sacudiéndonos cual Martha Argerich o Fito Páez -según el caso-, sin despegar las manos del teclado. Vengo a decir que Miller tenía razón. Casi nada es como la gente piensa. Para las grandes cosas también hay una cocina, que como tal siempre es doméstica. Que yo sepa, la gente no hace un estudio de sus circunstancias mentales y socio económicas al momento de buscar un embarazo, simplemente se dicen: “bueno, dale”, o algo parecido, para que algún tiempo después el mundo reciba a un nuevo ser humano. Sin duda, hay quienes lo piensan más, pero hoy estoy hablando de la gente. Escribir, visto desde afuera, puede parecerse a la escena de un empleado administrativo poco eficiente. Uno que se dispersa, como perplejo, mirando a la nada, con el escritorio desordenado, lleno de anotadores de distintos tamaños y libros que no son exactamente lo que necesita pero que prefiere que sigan ahí. Un empleado que cada tanto evade sus tareas leyendo, hasta que su propio rigor lo devuelve a la pantalla, en la que en lugar de escribir responde mensajes, hace tareas de sus otros trabajos y al rato se fastidia porque, al final, no está en lo importante. Entonces vuelve a la escritura, cambia un verbo por otro, pone algún punto o coma, pero cuando llega al borde del texto, donde debería seguir, resulta que no sabe cómo ni por dónde. Entonces, se levanta para hacerse un café, el quinto o sexto del día. O mejor, sale hacia el café de la esquina porque si se despeja, conseguirá transmitir lo que busca. En el café, los budines tienen una pinta infernal, se lo consiente porque también se trata de pasarla bien, pero pide todo para llevar. Cuando está regresando, piensa que la vida es esto, que no debe olvidar que la escritura depende en buena medida del deleite de lo pequeño. También puede ser que la culpa comience a horadarlo porque, al final, en lugar de escribir, se la pasa tomando café. Cuando vuelve al texto, café y budín en boca, de pronto, debe soltar todo porque descubre por fin cuál era la frase que le faltaba a un párrafo. Gracias a ese ímpetu, escribe algunas líneas hasta que, otra vez, las palabras se le niegan. Afuera, comienza a oscurecer, y ahí sí: el infierno de no haber escrito lo suficiente. Es el momento en que el empleado se escurre por las redes sociales en busca de monos cariñosos o un tiroteo en Madrid, no importa. El escritor va, como cualquiera, a buscar en las redes lo que no hay, pero después de un rato, con suerte, tuitea: qué fatídico el crepúsculo cuando no conseguí escribir lo que quería. Link de la Fuente Comparte esto:Haz clic para compartir en Twitter (Se abre en una ventana nueva)Haz clic para compartir en Facebook (Se abre en una ventana nueva) Relacionado