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Los dos libros de E.

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El padre y la madre de E. todavía están emocionados. No es por el dinero. Ni es por los libros. Es por todo lo que pasó, algo que no puede pagarse con billetes ni reducirse a un bien material. No todo es violencia ni patoterismo virtual: los buenos ejemplos sobreviven en este mundo, casi como testimonio de paradigmas demodé. Esta es la historia de un chico y dos libros.

Estudiantes secundarios. Archivo Clarín.Estudiantes secundarios. Archivo Clarín.

«Busco una versión completa de Drácula, de Bram Stoker«, explicó el alumno de primer año en la librería del Fondo de Cultura Económica. El docente había sido claro con respecto a este punto: nada de ediciones recortadas, nada de historias adaptadas. El libro completo para que lectores de entre 12 y 13 años, se entiende que con la guía adecuada, sepan circular por ese clásico.

E. empezó hace pocos días el colegio secundario. Asiste a una escuela pública, que como tantas, padece una asfixia presupuestaria intolerable. La lista de materiales que le fueron encargando incluye no pocos archivos digitales, pero también libros físicos, si las familias pudieran permitírselos. El de Geografía fue escrito por sus docentes y no tiene versión electrónica. La guía de Castellano y Matemática, también, pero se pueden imprimir y anillar. En todos los casos, se usan en el aula y el celular no permite hacer anotaciones sobre el pdf.

Una compra singular

De manera que el vendedor de la librería buscó entre los anaqueles y regresó con el ejemplar que dejó cerca de la caja. Sin embargo, la compra seguía. Ante el mismo empleado, E. agregó: “También me hace falta un ejemplar de la Odisea, en una buena edición”.

También esa profesora había sido puntillosa: no valía cualquier libro, había una serie de alternativas que garantizaban la calidad de la traducción: editorial Alianza, Losada, Gredos, Cátedra y Terramar. Los precios incluían opciones de menos de 10 mil pesos a una de casi 30 mil.

Adolescentes en las librerias. Fotos: Martin Bonetto / Archivo ClarínAdolescentes en las librerias. Fotos: Martin Bonetto / Archivo Clarín

En este caso, E. y su padre fueron detrás del vendedor a navegar los estantes en búsqueda de su propia Ítaca: una buena edición, que fuera posible pagar para una familia de clase media con otro hijo en edad escolar.

Cuando ya estaban de regreso hacia la caja, el encargado del local los interceptó. «El señor que estaba parado allá escuchó los pedidos de su hijo y, cuando se alejaron, me dijo: ‘Un chico que quiere leer Drácula y la Odisea merece que se lo aliente. Yo pago este ejemplar. Déselo cuando ya me haya ido’».

«Y ahí estaba el ejemplar de Dracula envuelto», cuenta ahora el papá de E. en un grupo de Whatsapp que reúne a todas las familias de ese primer año. Y agrega: «Ese gesto, sobre todo en un tiempo donde libertad parece significar que cada uno se las arregle como pueda, te renueva la confianza en el ser humano y en el porvenir de la literatura».

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