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Querida abuela Asunta

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En estos días que se cumplen 77 años de la ley del voto femenino, me acordé de aquella tarde en que escuché por primera vez la palabra feminismo. Giraba en el viejo tocadiscos de casa un tema de Sandro, tu preferido, y yo te enhebraba las agujas para ayudarte en tus zurcidos. La vista empezaba a abandonar tus ojos de agua.

Y te amo tanto, como a las glicinas/de los viejos patios de mi puente Alsina/como amé los años tiernos de la infancia/donde sólo un sueño, eran mi esperanza.

La música de Sandro llegaba desde el comedor hasta tu pequeña habitación de arriba, y las cortinas se hinchaban con la brisa de septiembre. Me contaste entonces que el día que se sancionó la ley del voto vos estuviste ahí, en la Plaza Congreso, con una compañera de la fábrica donde todavía trabajabas como obrera. En Avellaneda, en esa época, las mujeres solo trabajaban de docentes. O en las fábricas de fósforos (había varias) si tenían hijos, eran viudas o habían sido abandonadas. Era tu caso, pero a medias: “Yo eché a tu abuelo, él no me abandonó a mí. Una mujer jamás debe mantener a un vago”.

Y desde la fábrica donde empujabas con tus dedos los montoncitos de fósforos de cera dentro de una cajita azul y blanca, cruzaste el Riachuelo y te fuiste al Centro, a festejar “tu” ley. “El feminismo es la igualdad”, me dijiste mientras Sandro seguía girando y todo olía a piso de madera recién pulido.

Ven a caminar/Buenos Aires tiene hoy un sol primaveral/Suenen guitarras al viento/Que quiero mi aliento perder al bailar.

Hoy, abuela, ya no podría enhebrar tus agujas porque la presbicia también llegó por acá, aunque a veces -cuanto te extraño- pongo algún tema del caballero de Valentín Alsina. Pero eso de la “igualdad”, mmmm, todavía está en veremos. Por estos días se está debatiendo el ingreso de dos jueces varones a la Corte Suprema de Justicia. No es un buen mensaje para las nenas que sueñan con ser abogadas o juezas. Te cuento que en el poder judicial trabajan más mujeres que hombres, pero esa proporción se pierde en los cargos altos. Hay más juezas en primera instancia, pero menos en las cámaras de apelaciones. Y ninguna en la Corte. Vos estarías indignada, abuela.

Y por aquello del “feminismo”, mmmm. Aún estamos muy conmocionadas por el último presidente que llegó al Gobierno escondido en la marea verde que ganó terreno desde las bases de la sociedad y se reveló como un machista explícito, acusado de golpeador, entre otras cosas que ahora se están ventilando en tribunales. Por ejemplo, si su ministra de Género miró o no para otro lado.

Todavía nos queda Kamala, abuela. Ya sé que nada tiene que ver con nosotros, pero sí con nosotras: me recuerda a tu carcajada, a tu optimismo. Para el discurso más importante de su vida, cuando aceptó ser la candidata a presidenta de EE.UU., lució un traje azul marino. Nada de blanco, el color histórico de la lucha por la igualdad en ese país. No necesitó gritar que es feminista, porque eso ya se sabe. Vos siempre lo decías, abuela: es mejor ser que parecer.


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