Sodoma, Gomorra y los pecados tecnológicos

Sodoma y Gomorra fueron ciudades bíblicas destruidas por la furia divina del cielo, por los pecados de sus habitantes descriptos como indecentes y responsables de actos malvados. El rayo justiciero, desciende atravesando las nubes, pero, en este caso, se trata de las nubes de Whatsapp, Google e iCloud; espacios en donde la industria de la vigilancia logró subrepticiamente cooptarnos para que entreguemos nuestra privacidad y relajemos nuestros frenos inhibitorios para entrar en comunión con las múltiples pantallas con las que interactuamos, y saciar nuestra sed pecaminosa.

Selfies, screenshots, videos, tuits, metadatos, posicionamiento satelital y todo lo que registramos en el devenir de nuestra intensa vida digital, en modo 7 x 24. La necesidad de ética y la corrupción bajo la bota de la tecnología exponen una vergonzosa verdad: la languidez emocional de los protagonistas de videos y chats que se auto incriminan generando evidencia que se multiplica en dispositivos y nubes tecnológicas como reguero de pólvora. Ignorantes usuarios que, despojados de moral, participan en hechos bochornosos dejando su huella “digital” pegada y sin opción de olvido alguno.

Fuerzas vivas e instituciones frustrados por la obligación de hacer un reconocimiento dramático. Un smartphone es “el instrumento sanador”. Un celular que hoy forma parte nuestra anatomía. Es el simple, popular y efímero recurso que aparenta ser la única ventana para asomarse a la verdad.

Incontables hechos de abuso, corrupción y crímenes en la historia fueron posibles a partir del secretismo, lealtades y connivencia. La adictiva dependencia a la tecnología hace que la impunidad y el poder capturen cada acto inmoral que, en la mente de su autor es procesado como una acción automática, necesaria para obtener disfrute de su perversión.

Esto ha conseguido la industria de la vigilancia: corderos dominados, hipnotizados por la pantalla, actuando por impulsos, obedeciendo a estímulos y construyendo un mundo en el que creen que nadie los ve ni escucha.

El gran conglomerado tecno-marketinero falso y procaz que nos ausculta para penetrar en nuestras apetencias y deseos, que sabe todo para clasificarnos como potenciales compradores de un producto o servicio. Una cadena invisible que nos tiene atados a internet sin que nos demos cuenta, que nos tironea para que no dejemos de nutrir al gran ojo que todo lo ve.

Indolora e inolora, nos convence y conforta para que seamos capaces de entregar nuestra intimidad, quienes somos realmente, gratuitamente. Paradójicamente, actúa como catalizador de las situaciones más indeseables e inocultables sin importar la clase social, cultural o jerarquía.

Reiteradamente en los casos policiales más resonantes se repite mecánicamente el mismo patrón: chats, mails, audios y videos incriminatorios, filtrados o distribuidos exprofeso por propia tropa o terceros, evidencia innegable de los más retorcidos e inescrupulosos protagonistas.

Falta de conciencia, impericia o ego son los factótums de la torpeza inconsciente o deliberada de contradecir la “ley del olvido”. Todo quedará guardado y permanecerá in aeternum e inalterable para que la verdad aflore y no deje lugar a dudas permitiendo otear la mediocridad y las mentiras en las que nos sumerge la sociedad. Sodoma y Gomorra fueron metáforas del pecado.

En el relato, Abraham pidió a Dios por los habitantes de los pueblos, este accedió a cambio de que sus ángeles encuentren al menos die personas virtuosas, pero no lo consiguieron.

Gabriel Zurdo es especialista en ciber-seguridad. CEO de BTR Consulting