40.000 muertos después

Aunque parezca obvio, lo repito por enésima vez: lo que hizo Hamás el sábado 7 de octubre fue puro terrorismo. Matar civiles, incluso matar militares desarmados, es terrorismo, lo haga quien haga. No hay ninguna razón política ni moral que lo justifique. Además, siempre he creído que el terrorismo palestino desde los setenta, cuando secuestraban aviones o mataban atletas olímpicos, o a partir de los noventa cuando empezaron a utilizar coches bombas, ha perjudicado seriamente la causa palestina pisoteada por la comunidad internacional desde 1947.

El mejor momento de la resistencia palestina fue durante la primera Intifada a finales de los ochenta: los jóvenes y niños se enfrentaban a pedradas a soldados del ejército israelí, el más poderoso de la región, que disparaban a matar sin contemplaciones. Aquella violencia inusitada provocó grandes protestas mundiales y también en el interior de la sociedad israelí. Hasta centenares de miles de israelíes se manifestaron al grito de ‘Peace Now’ (Paz Ahora) y en contra de la ocupación de los territorios palestinos. Los generales israelíes aprendieron, aunque parece que ya lo han olvidado, que se puede perseguir al enemigo sin necesidad de provocar masacres

Aunque parezca obvio lo repito por enésima vez: lo que hace Israel desde el domingo 8 de octubre es terrorismo de estado y crímenes de guerra. Algunos jueces prestigiosos han empezado a compararlo con el genocidio. Masacrar a civiles por decenas de miles, incluidos niños, es inaceptable ocurra donde ocurra. Me sorprende el silencio de la inmensa mayoría de la población israelí, una forma de legalizar la brutalidad de un ejército que en los últimos días ha demostrado que cuando le interesa matar a líderes de Hamás o Hezbolá lo hace con una efectividad asombrosa y sin producir víctimas colaterales, tal como ha ocurrido recientemente en Beirut y Teherán.

Decía el periodista Chris Hedges que «mientras honramos y lloramos nuestros propios muertos, nos mantenemos curiosamente indiferentes ante los que matamos»

Decía el periodista Chris Hedges que «mientras honramos y lloramos nuestros propios muertos, nos mantenemos curiosamente indiferentes ante los que matamos». Pero esa actitud no era tan mayoritaria hace muchos años en Israel. Mi primer viaje fue en setiembre de 1982, hace ya 42 años, y coincidió con la matanza de los palestinos en los campos de refugiados libaneses de Sabra y Chatila, llevada a cabo por cristianos maronitas y consentida por los soldados israelíes tal como demostró una investigación realizada en el estado hebreo, que produjo una gran conmoción en Israel. Pasé dos semanas entrevistando a judíos que se mostraban indignados ante la actitud de su ejército en el Líbano. Muchos comparaban el sufrimiento palestino con su propio sufrimiento en el pasado. Algunos utilizaron palabras como exterminio, deportación, racismo para referirse a la matanza y exigían responsabilidades a sus autoridades.