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El misterio de las medias viudas

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Existe toda una literatura sobre las medias viudas. Se sabe, las medias vienen y viven de a pares, como una monogamia perfecta, o siameses unidos solo por el concepto de igualdad. Un concepto tan abstracto como evidente, ya que, valga la redundancia, no están unidas físicamente pero viven y envejecen al unísono.

Pero, ¡ay!, a las medias las acecha un villano de última generación: el lavarropas. En años felices, de limpieza manual, la paridad de las medias resultaba más o menos sencilla. En general se necesitaba el uso propinado por un niño, o preferentemente un adolescente, para que las medias separasen su destino común. Ninguna prenda está a salvo con ellos, y suelen desaparecer en los lugares más inverosímiles. Pero las medias son sus víctimas más frecuentes, y su pérdida individual parece un destino natural en sus manos, o en sus pies, dicho con mejor propiedad.

Para el resto de los casos bastaba cierto cuidado, una mínima atención al recoger la ropa, al lavarla y tenderla, para que la paridad se mantuviera incólume. Un evidencia de la repetición, del orden y, por qué no, de la racionalidad del universo.

Mas, se sabe, vivimos tiempos revueltos, y nunca mejor dicho. Tiempos que sacuden nuestras creencias, revolean las convicciones más firmes y hasta separan las medias con destino incierto. Así las pobres han seguido la suerte de toda nuestra vida cotidiana: estamos en manos de las máquinas ciegas.

Desde que las máquina lavarropas se introdujeron en nuestros hogares con su aspecto tranquilo y confiable, las medias han comenzado a desaparecer. Nadie sabe la razón. Incluso hay quienes sostienen que los lavarropas no tienen nada que ver en el asunto, y también para ellos corre la presunción de inocencia. No estoy seguro.

En todas partes desaparecen cosas. Desde las más nimias hasta las más preciadas o voluminosas. Se pierden reinos, joyas, cucharas, unicornios azules. ¿Por qué no habrían de perderse medias? Sin embargo, es posible aventurar que desde la aparición del lavarropas se han presentado dos fenómenos simultáneos: el aumento de medias perdidas, y al mismo tiempo la pérdida de solo un miembro del par. No se pierden en conjunto, en yunta, no siguen su destino común. Se pierden solas. Una de ellas es engullida por el misterio, y la otra languidece, solitaria e inútil, como un triste recordatorio de lo bella que es la plenitud.

No se pierden otras prendas. Quiero decir, no se pierden adentro de un lavarropas. Uno puede introducir en su boca todo tipo de prendas, que al cabo nos la devolverá limpias, perfumadas y en igual cantidad. No he sabido de ninguna camisa perdida, de ningún suéter. Sin embargo, basta introducir un par de medias para que el temor a una desgracia nos atenace.

No basta cuanto miremos las evoluciones de la ropa por el ojo de buey, no importa que lo amenacemos con un martillo en la mano y cara de loco. Al cabo del tiempo programado, el artefacto nos devolverá todo lo que le dimos a lavar, menos una media. Y nunca sabremos si es la izquierda o la derecha.


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