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la serie que nos voló la cabeza

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Caigo en la cuenta de que se cumplen 20 años del primer capítulo de «Lost», la serie que modernizó el género y despertó un boom pocas veces visto hasta entonces. La saga de los sobrevivientes del vuelo 815 de Oceanic Airlines nació por un pedido de los ejecutivos de la cadena norteamericana ABC al productor J.J. Abrams: querían un programa que cruzara el universo de la película «Náufrago» (aquella de Tom Hanks) con el del reality «Survivor».

Abrams (que gracias a «Lost» ganaría dos Emmy y dirigiría en el futuro varios tanques de Hollywood) respondió con una historia intrincadísima, en la que cada misterio (el humo negro, los Otros, los números de la Iniciativa Dharma) era superado por otro y sus alegorías multiplicaban las especulaciones de un fandom casi religioso.

La descubrí gracias a una amiga que me prestó la edición en DVD de la primera temporada, que maratoneamos en casa con fervor adictivo en pocos días. El final de cada capítulo era un anzuelo infalible que nos llevaba al comienzo del siguiente. Las horas pasaban y uno no quería irse a dormir con la ansiedad de un enigma reverberando en la cabeza.

Luego, una vez que nos pusimos a tiro, nos tocó la tortura de la emisión semanal. Llenábamos el vacío con debates que no conducían a ningún lado: “Sawyer estaba leyendo ‘La invención de Morel’, eso significa que…”. A veces buscábamos pistas en la web, donde centenares de páginas diseccionaban cada línea de diálogo para encontrar las claves que sólo conocían los guionistas.

En 2007, Clarín me mandó a Los Ángeles a cubrir las ruedas de prensa de la tercera temporada. En el comedor del personal de Disney vi a dos de los autores de la serie: Damon Lindelof y Carlton Cuse. No eran marcianos: hacían cola con su bandejita para que les sirvieran el almuerzo como empleados comunes y silvestres.

Tenían en vilo al mundo (permítanme la exageración) y ahí estaban, dudando entre pasta o pollo. La historia original se había ramificado tanto que cualquier hipótesis parecía posible. ¿Los protagonistas murieron y están en el purgatorio? ¿Pasaron a otra dimensión por culpa de un experimento? Lindelof y Cuse debían saberlo.

“Creo que el error más común de la gente es pretender armar el rompecabezas sin tener todas las piezas. Además, los misterios que plantea el programa no pueden sintetizarse en una oración: ‘están en el purgatorio’. No es tan simple”, dijo Cuse en la rueda de prensa.

Yo, militante absoluto de la infalibilidad de estos tipos, creía que el delta infinito que habían abierto en mi cabeza iba a terminar desaguando en un cierre glorioso y cristalino que saciaría todas mis preguntas. Pero tras seis temporadas y 121 episodios, el desenlace fue el más obvio de todos: los pasajeros del vuelo 815 sí estaban muertos, sí estaban en una especie de purgatorio. Hoy recuerdo a «Lost» como la mejor serie con el peor final de la historia, pero también como la que nos reunió en familia para vibrar con una aventura extraordinaria.


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