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Pettovello y Santiago Caputo, una pelea con Milei en el medio; el asado de la nueva “casta”

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El asado en Olivos sigue trayendo cola, ofreciendo aristas interesantes e importantes para el análisis. El festejo de haber sobrevivido al rechazo del veto al aumento jubilatorio fue también festejo de haber logrado, por ahora, romper la posibilidad de que opositores y descontentos, además de los resentidos con Javier Milei, juntaran los dos tercios de la Cámara de Diputados. Juntaran entonces y puedan juntar en lo inmediato. Para el Gobierno es vital ese bloqueo para no sentirse bajo un potencial, si no real, riesgo institucional. Pero la imagen del asado quedó como la celebración de haber impedido un aumento ínfimo a los jubilados. Y esta imagen parece imponerse, si no es que se impone, a la primera, la de estar siempre a tiro institucional de los dos tercios en contra en el Congreso.

Entra también en esa cola del asado en Olivos que la posición anticasta es cada vez más un recuerdo sepia de campaña. Se explica muy fácilmente en la debilidad de una administración cuyo poder reside en el antagonismo con la política fracasada y en la vinculación con la opinión pública, pero sin expresión numérica en el Congreso. Esta circunstancia le bajaron los pies a tierra al Gobierno: necesita fortalecer su raquitismo legislativo, lo que supone dejar de lado actitudes casi patoteras o soberbias como si se estuviera aún en campaña y no gobernando.

Quedó patente en la avanzada de Milei para presentar el Presupuesto en Diputados. Si sorprendió el rating televisivo que lo acompañó en aquel discurso de espadas a la “casta”, esta vez la cosecha de la cadena nacional fue muy magra: apenas movió la aguja.

La sociedad sabe de las restricciones, las experimenta todos los días, hasta las tolera con una paciencia templada en los fracasos anteriores, pero que le expliquen la malaria un domingo por la noche no pareció demasiado. Fue demasiado.

Milei ratificó que el déficit cero no se negocia y que es la “casta” del Congreso, allí donde plantó su desafío, la responsable de la deriva anterior. Inclusive les enrostró a los legisladores aquella irresponsable ovación al default durante la brevísima presidencia de Adolfo Rodríguez Saá. El discurso también estuvo enderezado a cuestionar las criticas a su falta de gestión enumerando con detalle los avances conseguidos en su lucha contra el gasto público y la inflación. El destinatario directo fue Mauricio Macri, que martillea en cada oportunidad que se le da o provoca que la gestión es el principal problema de Milei. De paso, también fue respuesta a críticas de Cristina en dirección similar.

Las encuestas muestran un divorcio entre el Presidente y su gestión, siendo esta la que cae más, un anticipo de lo que luego se verifica con una baja de la imagen personal. Milei no ahorra gestos gentiles con Macri pero no afloja en su sordo hostigamiento: puso a Patricia Bullrich en su mesa política y, por supuesto, no le hace caso de las críticas de Macri a Santiago Caputo, su asesor principal. Más aún, con autonomía, Bullrich decidió fusionar el PRO bonaerense con la Libertad Avanza sin que hubiera habido una decisión partidaria. En definitiva, todo esto es resultado de que el PRO ha quedado a expensas de Milei y su suerte, pero aún conserva un volumen que el libertario necesitará si se propone a una aventura reeleccionaria. Y en lo inmediato, para avanzar con su Presupuesto en el Congreso.

El entusiasmo de Milei de que se está ampliando su base política, que es lo que también festejó el Presidente en el asado, todavía está pegado con saliva. En la era de las coaliciones –un fenómeno mundial– Milei está haciendo los primeros palotes sin convicción alguna.

El veto al presupuesto universitario será en verdad una prueba de fuego por razones ya expuestas, entre ellas, una, principal: la íntima y larga adhesión de la sociedad argentina a la educación pública. Por eso, Santiago Caputo habría abierto una negociación con rectores de algunas universidades –UBA, Córdoba, Mendoza, entre otras– para auscultar si se tolera un veto parcial y se evita el tan temido rechazo del Congreso. Pero el joven asesor, que viene de un duro forcejeo con Guillermo Francos, y que provocó versiones de renuncia del jefe de Gabinete, está enfrentado con Sandra Pettovello, la superministra bajo cuya órbita está la Secretaría de Políticas Universitarias, que maneja Alejandro Alvarez. Es hijo de Alejandro “el Gallego” Alvarez, quien fuera jefe de Guardia de Hierro, una formación peronista de los 70 en la que militaba “Pajarito” Grabois, padre de Juan, el protegido del Papa. Todo tiene que ver con todo, diría Cristina Kirchner.

Pettovello está muy crítica de Caputo y se lo dice a su amigo Milei, que tiene que administrar este brete; y la ministra se siente desplazada por el asesor en una negociación tan sensible. El Gobierno comete un error al tratar de identificar el problema universitario con algún dirigente político, como el radical Yacobitti, jefe político de Martín Lousteau, que oficia de presidente del radicalismo. La educación universitaria no tolera ese patético e inconducente reduccionismo que es un prejuicio persistente o una indisimulable ignorancia. O las dos cosas. Existe aquí un conflicto que atraviesa a la sociedad y el Gobierno deberá calcular muy bien cómo desactivarlo, si tiene fresco el recuerdo de la última gran movilización que sorprendió a Milei, quien no la vio entonces y corre el riesgo de no verla ahora tampoco.

La ventaja que tiene Milei es que por ahora no hay nada consistente frente a él. Cristina se alimenta de la polarización, pero todavía tiene mucho para ordenar, si puede, en el peronismo. La principal batalla se está librando en el territorio bonaerense entre Axel Kicillof y La Cámpora, de Máximo Kirchner y Wado de Pedro. Es muy probable que todos estos fuegos de artificio, en la lucha por controlar las listas para el 2025 y las candidaturas por venir, termine, con la bendición de Cristina, en un armisticio al estilo peronista.

Kicillof dice que La Cámpora critica a su gobierno, pero que sus miembros se mantienen en los cargos oficiales y Máximo les recuerda a todos que Cristina es la jefa, que es el origen de su poder interno. Finalmente, intuyen, Kicillof terminaría siendo candidato a presidente, naturalmente con Cristina detrás del trono. El fantasma de Alberto Fernández asusta y mucho al gobernador. Esa elección del candidato que no fue la única fallida, aunque la ex presidenta se haga la desentendida, es un salvavidas de plomo que cada vez la reduce más: de ser la jefa del peronismo se está reduciendo a ser jefa de La Cámpora en el Conurbano.


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