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Aunque nunca quiso hacerlo, Javier Milei camina hacia la «normalización»

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Como quien camina hacia un destino no deseado, arrastrando los pies y con los corcoveos que requiere la situación, Javier Milei parece avanzar hacia la “normalización”. Milei se había presentado en la escena de la política ataviado con todos los adornos posibles que puede tener la novedad: era un hombre sin experiencia política, sin un partido que lo apoyara y casi sin contactos en el mundo de los empresarios, los gremios y el resto de los dirigentes tradicionales.

A pesar de que él mismo ya llevaba dos años como diputado nacional, Milei pudo sostenerse como alguien único y armar su campaña del año pasado en torno a la denuncia de la casta. Ya en el Gobierno, consiguió aguantar durante varios meses en ese refugio antisistémico, pero la propia naturaleza de su cargo terminó dejando en evidencia que no se puede estar dentro y fuera de la casta a la vez.

El camino a la normalización

Hay varios indicios que muestran que Milei se fue convirtiendo en un político alcanzado por las olas de la normalidad en la que nadan sus colegas desde hace décadas.

En primer lugar, los niveles de apoyo al Presidente empiezan a quedar atados al desempeño de la economía. En las últimas semanas se difundieron varias encuestas que mostraron que la imagen de Milei empezó a caer desde julio por el descontento de la sociedad con la prolongación de la recesión y el aumento de las tarifas.

La economía y la imagen presidencial suelen estar atadas en todas las gestiones, pero Milei se venía salvando de esa vinculación hasta ahora, a pesar de que las variables financieras parecen más tranquilas que en otros momentos.

Esa novedad puso en alerta al Gobierno. Tal como reveló Eduardo Paladini en Clarín, en el entorno presidencial discuten si no habrá llegado la hora de que Milei deje de enarbolar el ajuste fiscal como una bandera de campaña.

En principio, la estrategia comunicacional que maneja Santiago Caputo se orientó desde hace varios días a resaltar otros planes que le rinden bien a Milei.

Una es la pelea con los sindicatos de Aerolíneas Argentinas. El Gobierno habla de privatizarla aunque no existan interesados en comprar la compañía e incluso sabiendo que una decisión de ese estilo debe ser avalada por el Congreso. Los funcionarios repiten esa idea aún cuando no existe ningún plan de desarrollo del sector aerocomercial que permita reemplazar a un jugador tan importante para el mercado interno en poco tiempo. Todo eso no importa. Para el Gobierno, lo importante es que se hable de un tema que tiene buena repercusión entre los votantes.

El otro acercamiento a la normalidad del Presidente fue el encadenamiento de negociaciones que entabló el Gobierno con bloques aliados del Congreso y también con legisladores que hasta hace poco tiempo se paraban junto a la oposición. Es cierto que esas negociaciones sufren con cada prueba de la desorganización del oficialismo, pero lo cierto es que avanzan.

Ahora, esa capacidad se pondrá a prueba con el Presupuesto 2025, una ley que el Gobierno necesita para dar al mercado una muestra de que puede conseguir aliados para tomar algunas medidas.

En el PRO y también en Encuentro Federal -dos de las bancadas que el Gobierno necesita para que sus proyectos caminen en Diputados- consideraron “votable” el Presupuesto que impulsa Milei. “Las transferencias a las provincias crecen y si en el Gobierno no hacen pavadas y se abren a algunas correcciones, el Presupuesto sale”, le adelantó a Clarín uno de los diputados del PRO que está empezando a trabajar en el tema.

Además de esa apertura a la negociación en el Congreso, el Gobierno -igual que sus antecesores- sostiene una conversación casi semanal con la CGT. La conexión principal es la de Santiago Caputo con Gerardo Martínez, de la UOCRA. Caputo recibió el encargo de Milei de cultivar esa relación y los sindicalistas más castizos de todos lo consideran el interlocutor más confiable en todo el Gobierno. En esas conversaciones se concertó el alcance de la reglamentación de la reforma laboral y también la sepultura de un proyecto de ley que buscaba limitar las reelecciones en los sindicatos.

La interna sin fin

Por supuesto, esa normalización es sólo un cambio de régimen: no necesariamente le servirá al Gobierno para resolver otros problemas gestacionales.

Esta semana se recortó la vigencia de una de esas taras: la Casa Rosada sigue enredada en los líos que arman sus propios funcionarios.

La salida de Mario Russo del Ministerio de Salud sólo puede explicarse con la pelea que el ex ministro mantenía con su hoy sucesor, Mario Lugones -que ya se había convertido en alguien más poderoso en el área de salud que el propio titular del Ministerio- y con Santiago Caputo. Russo -explican los funcionarios que conocen la pelea interna- había querido exhibir alguna independencia y no aceptó revertir decisiones que rechazaron Lugones y el poderoso asesor presidencial.

Cuando el viernes comenzaba a terminarse, Victoria Villarruel se quiso anotar en otra interna. Esta vez, dedicó un durísimo comunicado al Gobierno por la pretensión de recomenzar una relación con el Reino Unido que no tenga como eje el reclamo de la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas.

“¿Nos toman por tontos?”, se preguntó Villarruel sin mencionar a Milei, pero refiriéndose a la decisión del Presidente de impulsar esa negociación diplomática.

Cerca de Villarruel explicaron que la vice publicó su tuit luego de pedir precisiones a la Cancillería sobre el nuevo entendimiento. Con eso quisieron decir que el desacuerdo no quedó expuesto en una declaración espontánea: Villarruel quiso que quedara claro que ella no está de acuerdo con la política sobre el tema Malvinas que impulsa Milei. Para decirlo de otro modo, el Presidente y su vicepresidenta no pueden ponerse de acuerdo ni siquiera en una de las pocas políticas de Estado que sobreviven a las décadas. ¿Cómo se resuelve eso? A no angustiarse. En el Gobierno siempre hay lugar para meter una internita más.


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