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El coche autónomo, la revolución pendiente

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Hace más de cinco años, una publicación del Parlamento Europeo afirmaba que a partir de 2020 los vehículos autónomos entrarían en el mercado y que su uso crecería de forma exponencial. Aseguraba entonces que para 2025 la extensión de esta nueva forma de movilidad generaría muchos puestos de trabajo y beneficios para la industria europea que cifraba en 650.000 millones de euros más otros 180.000 para el sector de la electrónica. El tiempo ha demostrado que aquel pronóstico era demasiado optimista. A día de hoy no he visto un solo coche sin conductor en ninguna capital europea ni siquiera de forma experimental. Una decepción, porque me encuentro entre los ingenuos que se veían pronto a bordo de un automóvil al que le dabas una voz y te conducía a tu destino mientras dormitabas en su interior. De ese sueño desperté hace tiempo. Fui siguiendo con interés la evolución de los distintos proyectos y sus primeros ensayos en los que fueron apareciendo las dificultades reales que presentaba la puesta en práctica de esta forma de movilidad.

Es obvio que la fórmula está verde y no porque la ciencia carezca de la tecnología necesaria para ponerla en marcha. El desarrollo de la robótica, la inteligencia artificial, los ordenadores de alto rendimiento y, en general, los avances en digitalización han proporcionado ya los elementos tecnológicos necesarios para que un coche, un autobús o un camión puedan operar sin conductor, sin volante y sin pedales. Los vehículos autónomos sobre los que se trabaja están equipados con sensores, cámaras integradas, ordenadores, GPS de alta precisión, receptores de satélite y hasta radares de corto alcance capaces de realizar todas la tareas de conducción y, teóricamente, responder a cualquier incidencia que surja en ruta. El problema de su puesta en marcha reside, sin embargo, en la necesidad de compartir la carretera con el resto de los vehículos no autónomos. Armonizar esa convivencia con los coches de siempre, las motos, las bicicletas y también los peatones complica sobremanera la necesaria conciliación de la movilidad incluido el establecimiento de las normas de tráfico que resulta imprescindible adaptar a ese nuevo y sofisticado actor sobre la piel asfáltica de las ciudades. Todo eso está por hacer aquí en Europa.

En Estados Unidos y China, donde se empezaron a probar los primeros modelos autónomos, ya han surgido algunos problemas serios. En San Francisco, hace meses, una multitud destruyó un coche de Google después de varios accidentes de tráfico y en China también se han producido algunos siniestros con víctimas mortales en los que estaban implicados vehículos sin conductor de Tesla. Incidentes que no han desalentado a Elon Musk en su apuesta por esta forma de movilidad. El empresario sudafricano presentó la semana pasada en Los Ángeles, con mucha pompa, su primer ‘robotaxi’ autónomo de dos plazas que, según dijo, será hasta 20 veces más seguro que los conducidos por humanos y que costará en torno a los 20.000 euros.

La apuesta de Musk por el ‘robotaxi’ largamente demorada no le permitió sin embargo aclarar cuándo entrará en producción, solo que sería antes del 2027. Esa falta de concreción le costó un desplome de sus acciones de hasta el 7%. Hay un dato incontestable y es que el 95% de los accidentes de tráfico son consecuencia de errores humanos. Las máquinas autónomas pueden ser más seguras y, sin duda, algún día veremos en nuestra carreteras taxis, autobuses y camiones sin conductor. Será toda una revolución en la movilidad a la que hoy le faltan asignaturas por aprobar.


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