El ritual de las chicas

La mesa es muy larga. Más tarde contarán, sin embargo, que ese día son pocas, apenas diecinueve, cuando suelen ser veinticinco o más. Muchas no pudieron acompañarlas porque no todas están en condiciones de subir escaleras y la cosa entonces se complica, agregan mientras los platos vienen y van en el primer piso de este coqueto restó bar de Recoleta.

Entusiastas, explican que son de La Plata, docentes jubiladas nucleadas en un centro exclusivo para aquellas que hayan ejercido la profesión. Una comenta al pasar que recibió tres felicitaciones en lo que va del mes: por el Día del Maestro, por el del Profesor, y por el de Artista plástico. Hablan, se ríen, se paran, se sacan fotos. Alguien propone un brindis por la organizadora del encuentro, y es un ir y venir de copas entrechocándose. El clima festivo se contagia.

Cuentan que una vez por mes, sin falta, se hacen una escapada a “la Capital”. Les gusta pasear y, sobre todo, armar actividades en grupo. Una de ellas evoca con añoranza el viaje que acaban de hacer al Caribe. La composición del grupo es homogénea en cuanto a la actividad a la que dedicaron su vida, pero algo más heterogénea en la cuestión etaria: algunas superan los 80, aunque nada de eso se adivina en la vitalidad que despliegan. En su ciudad, comentan, asisten a talleres de estimulación cognitiva, practican gimnasia y desarrollan actividades para mantener en forma cuerpo y mente.

A la hora del postre, una voz, a la que rápidamente se sumarán las restantes, arremete con la Marcha de San Lorenzo. La que está en la cabecera se da vuelta y hace un guiño. “Todo mi patrimonio son mis amigos“, decía Emily Dickinson. Las envidiables “chicas” de La Plata podrían firmar al pie.