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Michel Barnier, un ‘trasatlántico’ político para amortiguar el momento más difícil de Macron

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A Michel Barnier (La Tronche, 1951) no le van las tareas sencillas, así que a sus 73 años ha decidido sumar un reto más a su dilatada carrera política: Emmanuel Macron le ha nombrado primer ministro, como antídoto a la parálisis institucional y como parachoques para él mismo en uno de los momentos de crisis más relevantes de la Francia más moderna. Barnier, en realidad, es un ‘trasatlántico’ político para amortiguar el momento más difícil del presidente galo. Matignon pasará del primer ministro más joven de la V República francesa, con los 34 años que tiene el saliente Gabriel Attal, al de más edad. 

Así, Macron se agarra a quien sabe latín. A quien navega todas las aguas, incluso las más bravas. Es un liberal clásico, con posiciones como poco firmes (cuando no duras) respecto a la migración, voz autorizada en Los Republicanos y buen conocedor de las dinámicas de la Unión Europea, nivel en el que llegó a ser negociador del brexit. Ese fue quizá su punto más alto, pero no su único hito. Quienes le critican le ven como un dinosaurio que no ha sido capaz de adaptarse a los tiempos; quienes le admiran le definen, en cambio, como alguien inteligente, dialogante y paciente, además de contar con la experiencia para los puestos de mayor responsabilidad como este que ahora le llega.

La migración se ha convertido, sobre todo en los últimos tiempos en un tema clave en sus mensajes, y siempre ha sostenido que la llegada masiva de migrantes irregulares es «un desafío» a los valores de la UE. Por eso ha pedido siempre más pausa a la hora de negociar un pacto migratorio. De centroderecha clásico, pero que gusta a la derecha radical, al menos sobre el papel, Barnier no esconde sus cartas.

En el ámbito económico, propone incrementar la edad de jubilación de 62 a 65 años, extender la duración de la jornada laboral semanal y establecer un sistema unificado de asistencia social, que reemplazaría las prestaciones existentes. Este nuevo sistema estaría condicionado a la disponibilidad de los beneficiarios, especialmente para participar en actividades de utilidad pública o dentro del sector empresarial. Este planteamiento, de hecho, encaja de lleno con los planteamientos más recientes de Macron y con medidas como la reforma de las pensiones.

Por partes, Barnier fue ministro de Asuntos Exteriores de Francia entre 2004 y 2005. En octubre de 2004 participó en la firma del Tratado que establecía una Constitución para Europa, junto a Jacques Chirac, aunque Francia votó precisamente en contra de la misma en un referéndum ciudadano, motivo -igual que Países Bajos- por el que no salió adelante y acabó convertida en el Tratado de Lisboa. Posteriormente, entre 2007 y 2009, ocupó el cargo de ministro de Agricultura.

Entre 1999 y 2004, Barnier formó parte de la Comisión Prodi, donde estuvo a cargo de la política regional y la reforma de las instituciones. Ahí empezó a forjar una carrera comunitaria que siguió entre 2009 y 2010 como eurodiputado y después como comisario europeo de Mercado Interior y Servicios hasta 2014. Eso sí, su momento álgido en Bruselas llegó en 2016, tras el referéndum para la salida del Reino Unido de la UE. Ahí se vio al verdadero Barnier: fue al ‘choque’ con Londres en una negociación que no tenía precedentes. Fue designado para defender los intereses de los 27 y ganó con creces, en un shock que fue mucho más notorio para los británicos que para la propia Unión.

Después de cuatro, casi cinco, años en esos quehaceres dio un paso atrás hasta que se postuló como opción de los Republicanos para las presidenciales de 2022, pero no llegó a ser candidato. Entonces pasó al silencio… hasta ahora. Barnier acude de alguna manera al rescate de la Francia más dividida en décadas, más escorada también hacia los extremos y con menor confianza en la política y en sus políticos. Él es más que un salvavidas al que agarrarse. Y se agarran Macron y quizá el país entero.


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