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Parece un mundo perfecto

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«Desde aquí parece un mundo perfecto«. Pienso que el millonario Jared Isaacman preparó la frase con su equipo de redactores publicitarios (o copywriters), y la memorizó para lanzarla hacia el futuro desde el espacio. Es perfecta para un tuit y para Instagram, perfecta para la posteridad efímera que se lleva hoy en día. Es un titular de periódico digital. A lo mejor, todo fue al revés y la Tierra le pareció frágil, absurda y desprovista de grandeza, pero ya no podía cambiar el mensaje. Para algo había pagado a tantos publicistas brillantes.

Vale más una imagen que mil palabras, pero valen más seis palabras que una imagen. Las palabras, ahora lo sabemos, han triunfado, aunque llevándose por delante los novelones y hasta las novelas, que estaban hechas de palabras, pero sobre todo de personajes. Nos han quedado las brasas del incendio. El vocabulario solo sirve ya para elaborar eslóganes o golpes de efecto. No hay tiempo para más. De golpe en golpe, el consumidor necesita emociones, viajes de un segundo que lo hagan regresar al sofá con ganas de más. Si la frase no te inyecta adrenalina, no sirve. Si no te impacta, deséchala. Si a los tres segundos el lector se detiene a pensar, estás muerto, porque sus ojos buscarán otra pantalla. El millonario lo ha entendido. Ha elaborado la frase perfecta en este mundo nuevo e imperfecto. Necesitaba escalar hacia las estrellas para lanzarla, y ahora ya está entre nosotros para quedarse unos días.

No sé si Isaacman quería viajar al espacio o robarle protagonismo a Neil Armstrong, cuya frase inmortal trascendió mucho más que la imagen de su posado en la Luna. Aquel fue un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad solo porque Armstrong supo decirlo en el momento justo.

Hay quien se pregunta cómo alguien tan rico como Jared Isaacman puede arriesgar su vida para salir al espacio en lugar de disfrutar cómodamente de su fortuna. Según Forbes, acumula dinero para vivir cien o mil vidas (1900 millones de dólares) y seguramente tenga también varios lamborghinis sin estrenar, pero ha preferido apostarlo todo al lanzamiento de un lema espacial. ¿No debería el éxito haberle brindado tranquilidad?

El éxito no tranquiliza a nadie, me temo, porque su clave radica en que existe de una manera incierta, vaporosa. No solo es una idea abstracta, sujeta a múltiples interpretaciones y envolturas, sino que ni el dinero puede comprarlo. Quien lo tiene o cree tenerlo necesita más. Por eso decía Umbral que el éxito está vacío, que es como decir que no llena a nadie. La vida sigue siendo tan insustancial como antes o incluso más; los problemas, al menos, proporcionan obstáculos, aventuras, contenido vital. El éxito conlleva siempre el problema de buscar algo que remede un problema. Así que el joven magnate se pone en órbita y compra con sus millones un problema inventado y colosal: cómo regresar, cómo contarlo, cómo volver a viajar a las alturas. Las palabras de Isaacman, al final, podrían ser reveladoras. «Parece un mundo perfecto», dijo. Quizás, por un instante, creyó haber alcanzado el éxito. Pero el éxito siempre está lejos, amigo. El éxito es el dios de los problemas.


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