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Apegos feroces y el primer amor

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Hasta que el chico llega al barrio, la calle es un pozo sin fondo; solo tardes de verano, escapadas al río. Pero un día ella descubre los ojos negros, las cejas oscuras, las piernas largas. Piensa en él todo el día, con una capacidad de sufrimiento insospechada. La calle se llena de estrategias para verlo. Ahora siempre está yendo o viniendo, se ofrece para hacer los mandados, cualquier excusa sirve, ir a comprar el pan, a la carnicería, al almacén. Pasa por la puerta de la casa, espía a través de la ventana, está todo el tiempo atenta y se desplaza a su alrededor sin que él lo note, como si los uniera un hilo invisible.

Está enamorada del chico, no tiene dudas. Sueña con ir juntos al cine y a la salida hablar de la película que vieron y la que verán el próximo domingo. Con dar la vuelta al perro alrededor de la plaza agarrados de la mano o instalarse en un bar a tomar un café con leche y mirar a la gente que pasa.

Un día anuncian la llegada de un circo. El chico insiste en que la acompañe hasta el terreno donde se instalará la carpa para contemplar el armado y los carros con monos y elefantes. Otras veces buscan hormigueros en los baldíos de la cuadra, se inclinan para remover la tierra. El chico le propone ir a la Boca del Tigre, unas fuentes ocultas en el Parque Urquiza, rodeadas de helechos y enredaderas que caen al vacío. Ella descubre caminos que no conoce y hace equilibro en los senderos cubiertos de musgo. Llegan a una fuente chica, meten las manos en el agua. Él se inclina para beber pero ella se lo impide. “Te puede hacer mal”, dice.

Años después, ella leerá Apegos feroces, de Vivian Gornick. Para la madre de la narradora no existe el amor como tal, solo el Amor. Un sentimiento elevado que resulta inconfundible cuando se presenta e igualmente inconfundible cuando está ausente. “Una mujer sabe si ama a un hombre”, decía, “si no está segura, no lo ama”. Pero por ese entonces ella tampoco conocía a Catherine, la sufrida protagonista de Cumbres borrascosas ni el destino trágico de Madame Bovary, la heroína de Flaubert. Empieza a sospechar que el amor y el sufrimiento se parecen.

Siguen caminando, al rato se sientan sobre una piedra. Ella espera escuchar: “¿Querés andar conmigo? pero él le habla de gatas peludas. Viven en la fuente grande, dice y ahí se envuelven en los troncos para ahogar a los árboles. Le explica cómo agarrarlas; se despegan con un palito y se meten en un frasco. Siguen hasta encontrar un claro. Entonces ven una fuente con forma de corazón, una cascada cae desde lo alto. El chico le señala un árbol. Se acercan. El tronco está vacío.

Él da vueltas alrededor del tronco, como si no estuviera convencido. Después se sienta a su lado. Ahora viene el “te quiero”, piensa ella. “No encontramos nada”, dice él.

Al regreso ella trata de mantener una conversación pero él está concentrado en esquivar los charcos, es imposible que se interese en otra cosa, piensa ella, que en las gatas peludas. Todavía usa pantalones cortos.


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