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Cuando $ 100 era mucho dinero

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Fernando, el hermano mayor de mi papá, se radicó en un pueblo de Virginia, Estados Unidos. Armó su vida allá como el médico de la zona, pero volvía cada tanto a visitar a la familia.

Pasaron décadas entre la partida y los sucesivos retornos. El castellano de mi tío, sin embargo, quedó fijado en la tonada, cadencia y modismos que se usaban en Córdoba, su ciudad natal, a mediados del siglo XX. Ese desajuste, que era también una persistencia (elegir quedarse en ese tiempo y ese idioma), lo volvía literario para mí: un personaje salido de una historia que volvía a narrarse, recreada, con cada regreso.

En La niña de oro, su segunda novela, Pablo Maurette provoca en el lector un efecto similar. Profesor de literatura comparada en diferentes universidades extranjeras y ensayista sagaz, Maurette no vive en el país desde hace veinte años, pero escoge situar su policial en 1999 y escribir sobre esa Buenos Aires que recuerda.

La imaginación paga rewind y travesía. ¿Acaso tendemos a conjugar los lugares en el tiempo en que fuimos felices en ellos? “La fauna de la novela es inventada, pero en un hábitat familiar. Vuelvo siempre a la Argentina de cuando yo vivía ahí y esa es más o menos la época en la que se me ocurrió la idea que disparó el libro”, contó en la presentación madrileña, en diálogo con Martín Caparrós (el bautismo local será en febrero, acaba de anunciar Anagrama).

Ese giro, un desplazamiento de colores en el cubo Rubik de la ficción, crea una atmósfera perdurable en la que la ciudad parece suspendida; reconocible y otra; algo fantasmática, vista desde la hiper conexión del presente videovigilado.

El asesinato de Aníbal Doliner, un profesor de biología con ambiciones de investigador, conduce a un taxi boy albino que solía frecuentarlo. Pero todo es más sórdido de lo que luce al comienzo; ciencia, poder y brujería se rozarán los dedos.

Amante de la crueldad de Patricia Highsmith, Maurette dice haber disfrutado el viaje de la escritura y, sobre todo, los desvíos. “No es un policial de esos en los que cada pieza encaja perfectamente. Me interesan más los personajes que la trama. Mucho no lleva a ninguna parte, pero es esencial para darles hueso y carne”.

La investigación del homicidio recae en la fiscalía donde es secretaria Silvia Rey, alguien que quiere hacer bien su trabajo, “la única forma de heroicidad que permite el presente”, y una protagonista que merece otras novelas.

No extrañamos redes sociales ni smartphones en las páginas. Impacta, sí, revivir en las conversaciones de los personajes que en vísperas de 2000, $100 pesos era mucho dinero.

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