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dolarización, ley Bases, el reto de Cavallo y miedo a las paritarias mensuales

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El economista cordobés ya le ha dicho al presidente que sólo de esa forma podrá, a comienzos del año próximo, dinamitar el cepo cambiario e implementar un plan de estabilización, algo parecido al plan de convertibilidad de 1991.

Por las dudas, Cavallo le ofreció a Milei varias alternativas de salida para lo que sería una “ética” de la promesa política no cumplida. Le dijo que desde el punto de vista “instrumental”, dolarización puede significar el reemplazo total de los pesos en circulación por dólares, pero también podría entenderse el sistema de competencia de monedas, algo parecido a lo que ocurre en Perú.

¿En qué está pensando Cavallo? Respuesta: que el plan Caputo-Milei podría quedar a mitad de camino, no reunir los dólares suficientes, y que eso sería el peor de los escenarios. En la traducción, implicaría el pánico a quedarse sin dólares para poder dolarizar. Por eso, el consejo suma otra recomendación adicional: para dolarizar no se requiere disponer de reservas netas equivalentes a todos los pasivos monetarios del Banco Central.

Cavallo le dijo a Milei que es posible dolarizar, en el sentido de dar libertad de elección de la moneda, cuando el Banco Central haya logrado recuperar reservas equivalentes a los encajes legales de los depósitos en dólares del mercado bancario y esté en condiciones de devolver esos depósitos si sus titulares lo requirieran.

Que lo digan ellos, mejor

Las palabras de Cavallo no caen en saco roto. El Gobierno apuesta a domar las expectativas de inflación pero, sobre todo, busca la metamorfosis de esas expectativas en una serie de argumentos que podrían aliviar -en las consciencias, no en los bolsillos- las inclemencias del ajuste. Si no baja la inflación, por lo menos que pueda esgrimirse el contrafáctico de “evitamos una hiperinflación, etc.”

Se entiende entonces lo ocurrido esta semana. Como anticipó Ámbito, el Board del FMI aprobó la séptima revisión del staff, liberó u$s 4700 millones que permitieron el repago inmediato de buena parte de esa cifra. Pero quizás, lo más importante es lo que se conoció después, el documento que “libera” el FMI y que da cuenta de las promesas del Gobierno al organismo. Ahí se recoje la recomendación de Cavallo: hay que ir prometiendo aquello que aún no se sabe bien cómo será. El final del cepo. La unificación cambiaria. La baja de la inflación. En este aspecto, el FMI es una especie de tribunal oral, que le estaría dando legitimidad a una promesa en el aire. Dice Georgieva que dice Milei que dice Caputo.

Como siempre, y a propósito de las fuerzas del cielo, un demonio infame es un ángel perdido en la oscuridad. La represión de los últimos días frente al Congreso y la media sanción de la ley Bases – por ahora en general- serían parte de la misma escena, una serie de señales a los mercados y al FMI de que, esta vez, la cosa va en serio. En los hechos, hay quienes son escépticos de la discusión parlamentaria y hasta de los rezagos de la Ley.

Sencillamente quieren ver cuánto de las medidas de carácter financiero, monetario y cambiario puede avanzar. Desconfían de la cuestión fiscal. La promesa de las cuentas públicas en orden, dicen estos “analistas”, no tiene sentido hasta que se frenen los desequilibrios monetarios y se ponga en orden el Banco Central. Ahí hay algo que está en juego. Un hilo delgado de dudas y opacidad recorre toda la secuencia descripta: Cavallo, el FMI, la discución de la Ley, las Bases. Como si lo que realmente estuviese en juego fuese otra cosa.

Dólar versus inflación

El presidente del Banco Central, Santiago Bausili encarna hoy el centro neurálgico de la gestión. Bausili se encarga de sumar dólares, acaso la primera de las necesidades que enfrenta la Casa Rosada (ha incrementado las reservas). No hay paraíso sin dólares. Tampoco plan de estabilización.

Mucho menos gobernabilidad. El Banco Central necesita que le den un “dólar alto”. Le permite sumar reservas rápido vía el saldo comercial. También pagar la deuda. Pero a la vez, necesita un dólar quieto para bajar las expectativas de inflación, un monolito que se mueve al 2% mensual mientras la inflación es diez veces más importante. Entiende que la promesa de equilibrio fiscal, la selfie de Milei con Georgieva y la receta ortodoxa de la depresión económica no van a alcanzar para frenar la inflación. Es una disyuntiva omnipresente en cada análisis. Es un problema al mejor estilo filosófico.

La Casa Rosada y el ministro Caputo alimentan la inflación para sanear el balance del Banco Central licuando deuda y el gasto público (Tesoro), pero a la vez esa inflación juega en contra con las expectativas. En otras palabras, la inflación que impulsa el Gobierno no sería lo mejor para bajar la inflación que, supuestamente, busca el Gobierno. Por eso todos miran al Banco Central.

En este esquema, no son pocos los que adivinan que el final del camino es la dolarización, una reacción natural de todos aquellos que solo pueden tener pesos en el bolsillo. Trabajadores, jubilados, informales, todos los que tienen sus contratos en moneda local son los que pagan y pagarán el ticket del ajuste en marcha.

La carrera y la licuadora de plazos fijos

Aquí es donde se vuelve a enhebrar la idea de la dolarización. Si la licuación inflacionaria no cesa, es probable que el ajuste fiscal termine profundizando la recesión económica, lo que generaría menor recaudación con el consecuente incumplimiento de la meta de déficit financiero cero. El presidente Milei lo sabe. Es más: su viejo asesor, el alquimista de Emilio Ocampo, se lo había dicho. Es preferible hacer la reforma monetaria primero (dolarizar) e ir a buscar después el equilibrio de las cuentas públicas. Así se iniciaría un ciclo de baja de inflación y no a la inversa.

Lo que estaría en marcha es algo de todo esto. La promesa de Caputo a Milei, dolarizar por la vía menos dramática, se debate con los problemas de la inflación y la velocidad del ajuste. Visto de esa forma, una rápida reacción de los sindicatos -paritarias mensuales, por ejemplo- pondría en riesgo la dominancia que tiene el Gobierno.

Por un lado, Milei ha licuado las deudas en pesos del Banco Central que tenían los bancos, los que a su vez le bajaron la tasa a los plazofijistas y depositantes. Devaluación mediante, apuestan ahora al Bopreal (deuda en dólares) para retomar las importaciones de las principales compañías y suavizar el aterrizaje de la actividad económica. ¿Una nueva devaluación hará falta? Cavallo piensa que sí. Que se perdió muy rápido la “competitividad” ganada con la devaluación.

Aquí es donde también se juega el partido: los próximos meses traerán un fuerte ajuste del poder adquisitivo, un fuerte incremento del costo de vida pero no auguran un recorte de la inflación. Con una economía que podría descender más del 2 o 3% pronosticado, la pregunta es qué grado de paciencia tendrá el ciudadano promedio, sobre todo la clase media que acompañó a Milei en las urnas. Con desempleo, alta inflación, salarios magros y la expectativa de un mayor ajuste futuro, la promesa de la dolarización podría actuar como un paliativo. En dos o tres meses lo sabremos.

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