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El nudo infinito | Un artículo de Pampols

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Srivatsa en el budismo tibetano es el nombre del nudo infinito, aquel que no tiene principio ni fin. Según cuenta la leyenda, otro nudo, el nudo gordiano, se resolvió con un tajo de la espada de Alejandro Magno haciendo así una interpretación libre sobre la capacidad de resolver un problema ya que el nudo, lejos de cortado, tenía que ser deshecho. No hay en este momento inteligencia, espada, ni brazo que la empuñe, que deshaga o corte el nudo israelí.

Nuestra realidad se nos antoja, en ocasiones, un nudo sin posible solución, viviendo, como decía Antonio Machado, «en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas».

En un reciente artículo del que fue jefe de las Fuerzas Armadas israelíes, ministro de Defensa en dos ocasiones y primer ministro, Ehud Barak, describía en términos posibilistas qué y qué no se puede intentar lograr en estos momentos. Según su parecer, el principal problema que enfrenta Israel es su primer ministro, Benjamín Netanyahuque vincula su supervivencia política y la de su gabinete a la prolongación de la guerra.

La primera medida a adoptar para revertir el problema sería la convocatoria urgente de elecciones. El siguiente problema a resolver, sería determinar un plan para «el día siguiente», quién gobernará Gaza, cómo neutralizar definitivamente a Hamás y cómo conseguir las precondiciones aceptables para el siguiente estadio de convivencia. El último elemento a tener en cuenta -el verdaderamente definitivo- sería cómo afrontar y resolver el dilema de un Estado, dos Estados, o bien alguna otra solución que pudiese terminar el conflicto con carácter duradero.

Dado el actual contexto, la solución de un Estado es inviable puesto que supondría un enfrentamiento fratricida, primero entre israelíes –agnósticos, árabe-israelíes, creyentes moderados, colonos y ultraortodoxos- y entre estos y los árabes palestinos recién incorporados al nuevo estado sin intención de integrarse en él. La solución de dos Estados es ahora sobre la que se ejerce más presión internacional, particularmente por parte del principal valedor de Israel: Estados Unidos.

Ciertamente, la inmensa mayoría del pueblo israelí siente dolor, ira, humillación y deseo de venganza, a la par que piensa que todo palestino es de Hamás de una u otra forma. No obstante, experiencias pasadas como los acuerdos de Camp David de 1976, que supusieron la paz con Egipto, y los de 1994 con Jordania, permiten considerar que el espacio para la política aún existe y que una solución de dos Estados es posible, aunque sin duda será dolorosa y muy difícil de explicar, tanto a israelíes como a palestinos. La antesala de los acuerdos de Camp David fueron guerras cruentas entre Estados, el odio y la animadversión existían, pero fueron la estatura de sus líderes y su voluntad de acuerdo las que promovieron la convivencia y la paz en condiciones estables y duraderas en lo que se ha denominado «una paz fría».

El gabinete Biden ha hecho una propuesta para la finalización del conflicto mediante la creación de un nuevo orden regional. En ella, se contemplan todos los posibles aspectos relacionados con el mismo: alto el fuego y liberación de los rehenes, desaparición de Hamás, Gobierno de Gaza por parte de una Autoridad Palestina revitalizada, con prestigio y apoyada por un conjunto de países donantes (principalmente árabes) garantes del buen uso de los recursos que se pondrán a su disposición, y una red de acuerdos de seguridad entre Israel, Arabia Saudí y Estados Unidos que neutralice a Irán y sus pretensiones expansionistas. La exigencia para implementarlo es crear las condiciones para la solución última de dos Estados. La incógnita es si Netanyahu torpedeará este proceso como ha hecho desde 1996 hasta en cuatro ocasiones.

La disyuntiva existencial de Netanyahu es alinearse con el plan de paz de Estados Unidos, lo que significará la pérdida de apoyo de ultranacionalistas y ultraortodoxos y, por tanto, la caída del Gobierno, o bien continuar la interminable guerra en Gaza y arrastrar con él a Israel en una caída sin fin.

En el primer caso, siempre se podrán hacer valer las necesidades de seguridad de Israel que deberán ser atendidas por los garantes del acuerdo con el nuevo gobierno israelí. En el segundo caso, seguirá la guerra contra Hamás y la Jihad Islámica Palestina en Gaza, atendiendo simultáneamente a enfrentamientos en Cisjordania con otros grupos terroristas, en el norte de Israel y sur del Líbano con Hizbulá, con los hutíes en el mar Rojo y con alguna milicia más situada en Irak y Siria, todos ellos pertenecientes al llamado Eje de la Resistencia patrocinado por Irán. Israel se verá arrastrado así a una situación imposible de resolver con un elevado potencial de desbordamiento y escalada.

La ventana de oportunidad es estrecha, la situación en Gaza es insostenible desde el punto de vista humanitario, y los objetivos tácticos no acaban de conseguirse mientras el número de bajas crece sin cesar. Blaise Pascal decía que «el corazón tiene razones que la razón no entiende» pero es hora de resolver, es la hora de la razón que subordina los sentimientos al ámbito de lo posible, que no será todo lo deseable que se anhela, pero que es, en todo caso, la única solución factible en evitación de un mal mayor.

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