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En rumbo de colisión | La opinión de Francisco Gan Pampols sobre la guerra en Gaza entre Israel y Hamás

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A medida que avanza la campaña electoral en los Estados Unidos el demócrata Biden muestra su creciente descontento hacia el primer ministro Israelí Netanyahu y su forma de conducir la guerra. No es baladí la aparición en escena de la vicepresidenta Kamala Harris para criticar duramente la actitud del Gobierno israelí y su forma de desarrollar las operaciones, como tampoco lo es la fijación de una “línea roja” que sería la invasión de la ciudad de Rafah, ya en la frontera con Egipto, sin un plan para la evacuación previa de 1,4 millones de desplazados. Recientemente, Netanyahu ya ha dado su aprobación a un plan militar de ataque que se antoja cuanto menos de muy difícil y compleja ejecución.

Todo ese perfilado de nuevas actitudes en Estados Unidos es consecuencia de la creciente contestación interna al apoyo incondicionado a la política de Israel, del aumento del antisemitismo en la sociedad norteamericana, y de la necesidad política de buscar una solución factible y duradera, forzosamente alejada de los objetivos maximalistas que predica Netanyahu. Para intentar mejorar la imagen interna e internacional, Estados Unidos lidera el lanzamiento aéreo de ayuda en la Franja y la construcción de un muelle para facilitar la entrega de ayuda humanitaria.

En la guerra de Gaza, el Ejército israelí a 165 días desde el inicio de las hostilidades, continúa con operaciones de limpieza y control de zona que parecen no acabar nunca y en las que sigue inmerso, tanto en la zona de Khan Yunis al sur, como en la ciudad de Gaza en el centro de la Franja. Los rehenes no aparecen y las negociaciones para su liberación se eternizan. De las cinco divisiones que llegó a tener Israel desplegadas en la Franja, hoy únicamente operan dos con cinco brigadas, habiendo redesplegado unidades en Cisjordania y zona norte, y desmovilizado al resto.

De los 24 batallones y 20.000 efectivos con los que decía contar Hamás al inicio del conflicto, el ejército israelí afirma haber destruido 18, lo que no significa haber aniquilado a todos sus integrantes sino, más bien, haber eliminado su infraestructura y desbandado a su personal. Sin embargo, elementos organizados de Hamás y de la Jihad Islámica Palestina reaparecen una y otra vez en zonas previamente controladas, realizando acciones sobre las tropas y sobre el territorio de Israel.

Pero no es ese el único frente de combate abierto. Las acciones de Hezbollah desde el sur del Líbano se incrementan, llegando a lanzar hasta 100 cohetes sobre Israel en un solo día. La respuesta israelí es la eliminación selectiva de líderes terroristas, acciones de artillería y bombardeos aéreos en las zonas controladas por Hezbollah, principalmente en el valle de la Bekaa, Sidón y Tiro.

En Cisjordania, continúan las escaramuzas entre el ejército israelí y los movimientos terroristas desplegados en la zona. No son acciones intensas, pero sí constantes, que obligan a mantener un estado de alerta elevado que supone un mayor desgaste a las unidades israelíes. Además, y coincidiendo con el mes del Ramadán, se prevé un incremento de la tensión, especialmente en la explanada de las mezquitas de Jerusalén, donde cualquier acción israelí que intente controlar el acceso de los palestinos amenaza con desatar una nueva intifada.

No son acciones intensas, pero sí constantes, que obligan a mantener un estado de alerta elevado que supone mayor desgaste a las unidades israelíes

Por último, los hutíes, autodenominados Ansar Alá (Partisanos de Dios), chiitas zaidíes, siguen realizando lanzamientos de drones aéreos y navales, cohetes y misiles balísticos sobre los buques en tránsito hacia el estrecho de Bab el Mandeb y los que navegan por el mar Rojo, habiendo alcanzado o hundido al menos cinco. También, y como alarmante novedad, han dañado un número indeterminado de los cables submarinos de internet que garantizan el 80% de las conexiones entre Europa y Asia

Cada una de esas acciones tiene réplica directa de Estados Unidos y Reino Unido sobre el territorio de Yemen controlado por los hutíes además de la neutralización en superficie o en vuelo de misiles y drones desde los buques de la misión “Aspides” de la Unión Europea, y de la misión “Guardián de la Prosperidad” liderada por Estados Unidos. A estas dos misiones se ha unido una tercera liderada por China que tiene sus propios cometidos e intereses, que no coinciden aparentemente con europeos ni norteamericanos. La República Popular China ha condenado, además, las acciones de represalia norteamericanas y británicas sobre Yemen. En el Golfo Pérsico, China sigue una agenda equilibrada y geopolíticamente neutral basada en un enfoque triple: enemigos de nadie, aliados de nadie y amigos de todos.

Sin embargo, las acciones hutíes no cesan, la seguridad de la navegación no está garantizada, las comunicaciones de internet están en riesgo, los costes de los fletes crecen y los tiempos de entrega se dilatan. Por ahora, perder, perder para todos los implicados, claro que unas pérdidas son más asumibles y tolerables que otras. Téngase en cuenta que los hutíes llevan en guerra desde 2004, han sufrido casi 400.000 pérdidas humanas y han vivido la peor hambruna de este siglo..

El escenario se dibuja complejo e incierto. No se puede destruir completamente a Hamás. No se puede presionar indefinidamente en la Franja de Gaza a costa de una insoportable cantidad de muertos y heridos palestinos que no deja de crecer. No se puede garantizar el tráfico marítimo en contra de una minoría apoyada por Irán que controla unos 600 km del litoral de Yemen. En definitiva, no se puede vivir permanentemente del “dividendo de la paz” basado en la seguridad que proporciona un país tercero, con intereses diversos, y que puede optar por una solución que solo le beneficie a él.

Para evitar el choque es inevitable cambiar de rumbo, pero ceder es en ocasiones imposible porque el beneficio cortoplacista ciega al que cree tener la victoria a su alcance

Los pesos pesados se van aproximando entre sí sin un objetivo definido. Amagar y no chocar tiene más riesgo del que parece, sobre todo cuando el amago es habitual y el riesgo se subestima. Para evitar el choque es inevitable cambiar de rumbo, pero, ya se sabe, ceder es en ocasiones imposible porque el beneficio cortoplacista ciega al que cree tener la victoria a su alcance.

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