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La diplomacia pendenciera

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X (ex Twitter) sirve para hacernos amigos y enemigos sin siquiera conocerlos. Sirve para armar y desarmar grupos de afinidad. Para comunicar y para insultar. Para informarnos y para entretenernos. Para resolver problemas y para perder el tiempo. Para unirnos y para dividirnos.

Los líderes y personas influyentes se valen de X para difundir sus frases, transmitir sus impresiones, comunicarse con sus públicos y seguidores. Los presidentes lo utilizan para anunciar sus decisiones. Lo que hasta ahora no había sucedido es que dos países vieran deteriorar sus relaciones y colocar a los gobiernos al borde de la ruptura por una escalada de insultos y agresiones verbales entre mandatarios que se canaliza a través de X, pasando por encima de sus relaciones diplomáticas habituales.

Es lo que está sucediendo con la saga de agravios y exabruptos que se están prodigando el presidente Javier Milei, calificando al presidente de México Andrés López Obrador de “ignorante” y al presidente de Colombia Gustavo Petro de haber sido un “asesino terrorista y comunista”. Estos ya habían además calificado con gruesos epítetos al mandatario argentino. La enemistad ideológica se traslada al plano de la enemistad personal, y un presidente deja de representar a su país ante el mundo para convertirse en el representante de quienes lo votaron y simpatizan con sus ideas, en su país y en el exterior.

Desaparecen así las relaciones entre los estados para transformarse en una arena de combate o circo romano virtual en el que gladiadores pelean sus batallas como representación de una guerra entre naciones, mientras la audiencia digital -masivas hinchadas multinacionales- aclama a unos y vitupera a los otros posteando y comentando y reposteando sus barbaridades. Los improperios proferidos atraen la atención, generan tendencia y un impacto real que obliga a las cancillerías a activar sus protocolos de crisis, mientras unos y otros se echan la culpa de quién fue el que empezó.

No es, por cierto, culpa de las redes sociales que los políticos se comporten como energúmenos o pendencieros, novedad que le debemos a Donald Trump y en la que presidentes como Nicolás Maduro o Daniel Ortega se mueven como peces en el agua. Aunque los formatos y características de las redes sociales vayan reformateando las cabezas de quienes navegan horas y horas leyendo, escribiendo y posteando mensajitos cortos, juicios ligeros, comentarios soeces y datos sin verificar.

Son nuevas formas de comunicar y de participar, nos dicen los gurúes de su impacto favorable, que agilizan y horizontalizan la vida pública, eliminan las intermediaciones en el gran ágora global. Ahora vamos ingresando en una nueva dimensión: se puede dirimir, tramitar o generar conflictos diplomáticos a través de las redes sociales y hasta romper relaciones por Twitter.

Los presidentes se pueden comportar como pirómanos y sus cancillerías correr detrás como bomberos. Al fin y al cabo, como señaló la canciller Diana Mondino, “una cosa son los Presidentes y otra las relaciones entre sus países”. Juan Pablo Lohlé, ex embajador y veterano conocedor del paño, se refirió en estas páginas a la “diplomacia de la extravagancia”. Acaso se quedó corto.

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