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La esencia de nosotros mismos

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La animación para adultos viene creciendo en las últimas décadas de manera lenta, sí, pero avasallante. Al principio, los adultos se resistían a ver “dibujitos”. Eso parecía cosa de chicos y al prejuicio se enfrentó, por ejemplo, Matt Groening con “Los Simpson” en 1987. La serie generó fans primero entre los más chicos y luego esta población creció y poco a poco fue convirtiéndose en un sector al que el mercado llamó kidults: personas de entre 25 y 45 años que siguen disfrutando de su lado infantil.

A mí me pasa justo lo contrario. No puedo apartar mi lado infantil a la hora de elegir un programa para mirar, y lo hago con el mismo compromiso tanto para ver “Alphonse”, la serie francesa sobre un gigoló, o “Petit,” la serie animada para niños inspirada en el personaje de la escritora e ilustradora argentina Isol, y dirigida por Bernardita Ojeda. Alego que como escribo libros para la infancia, debo ver producciones audiovisuales para la infancia. Es mentira. Miento descaradamente para no tener que dar una explicación muy larga y que acabaría diciendo algo así como: “Todos seríamos mejores personas si leyéramos libros para niños y viéramos películas y series para niños”. Lo creo dogmáticamente. Porque la esencia de quienes somos, según Arthur Schopenhauer, está fuera del tiempo. Nuestro cuerpo crece y envejece, pero la esencia no se mancha, y la animación puede conectarnos con aquello que a veces hemos olvidado de nosotros mismos.

Por suerte, los catálogos de las plataformas habituaron a los espectadores a una oferta de animación para adultos. El problema real de la animación en sí es la dificultad para ser llevada a cabo. Una excelente y super premiada animadora santafesina, Claudia Ruiz, productora de “El Molinete”, refería el tiempo y la cantidad de trabajo que lleva un cortometraje, por ejemplo. Sus trabajos están hechos con la técnica del stop motion, con plastilina, lo cual significa que tiene realizadas unas veinte boquitas que debe poner y sacar de la cara del personaje cada vez que dice una frase simple como “Hola, ¿qué tal?” (Pueden ver algunos de sus trabajos en elmolineteanimacion.com). Según su estimación, un minuto de película cuesta aproximadamente mil dólares. De aquí que cuente con poco apoyo estatal -y por el futuro que vislumbramos, se reducirá a ninguno-, porque realizar animación lleva mucho más tiempo y dinero que una película con actores. Imaginen cuánto trabajo habrá llevado la producción de “El origen de los Nuggets”, la película dirigida por Sam Fell que acaba de lanzar Netflix, de los creadores de “Pollitos en fuga”.

En fin, solo quiero sugerirles un propósito a sumar para 2024: mirar una producción en animación por mes. Aunque sea un cortometraje. Ejercitarse con ese lado kidult que todos llevamos dentro, para encontrar la parte nuestra que suele estar medio perdida.

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