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La hora de los nuevos paradigmas

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En estos días, con la espectacularidad típica a la que invita la mediatización contemporánea, abundarán los análisis sobre el desempeño de la gestión actual del Gobierno.

Algunos se detendrán en desglosar pormenorizadamente la nómina de aciertos que valoran mientras otros pondrán el foco en explicitar los múltiples errores que identifican. La mayoría caerá en la trampa infantil de intentar hacer balances anticipados fruto de una ansiedad inexplicable y, al mismo tiempo, pronosticarán resultados proyectando con criterios de dudosa pertinencia.

Quizás sea mejor idea apostar por la templanza, tomar perspectiva, pero por sobre todo asumir que sería imprudente y hasta temerario juzgar un mandato de 48 meses por lo que emerge subjetivamente en los primeros tres de ese tránsito. La tentación de ser categórico y definitivo en los conceptos brota por un hábito más pasional que racional que plantea que es indispensable tomar postura sobre todos los temas y en todo momento.

Tal vez sería mas prudente darle más margen de acción a lo que se está implementando y tener más de paciencia antes de quedar en falsa escuadra con comentarios que luego podrían quedar en ridículo frente al desenlace. Por ese motivo, puede ser un excelente ejercicio, dejar de lado por un instante la vertiginosa coyuntura y observar con mayor dedicación lo que trasciende lo circunstancial o lo meramente anecdótico.

Se podrá discutir el plan, la impronta, el estilo, las políticas y hasta los proyectos. Todo eso es siempre opinable, en esta etapa o en cualquier otra. Lo que parece haber cambiado, más allá de las diversas miradas, son los paradigmas, el sistema de creencias, el prisma que atraviesa a la realidad.

Algunas cosas cambiaron y no hay vuelta atrás

En algunos casos esa mutación se presenta como muy robusta. No se trata de una moda, de un slogan o de una arenga simpática, sino de una nueva matriz que perfora a la política y demanda a los protagonistas determinadas conductas impensadas hace meses.

Los más escépticos y fundamentalmente los que representan intereses corporativos explícitos se resisten a darle entidad a esa transformación. Prefieren decir que es una ventisca pasajera, que ya pasará y que luego de este experimento todo volverá a ser como entonces.

En este punto es donde vale la pena recalar. Algunas cosas ya cambiaron y probablemente no haya vuelta atrás. La tolerancia con la corrupción, con el abuso del poder, con la apropiación del patrimonio público, el despilfarro estatal y el obsceno despliegue de la política tradicional han encontrado un freno social que no parece ser transitorio.

La gente ha tomado nota de su poder real. Muchos han entendido que los gobernantes son circunstanciales administradores de la cosa pública, que tienen fecha de vencimiento, que un día terminan su mandato y que pueden no regresar jamás a esa situación a pesar de la retórica fatalista y cíclica.

La sociedad ya se avivó que el dinero que los políticos reparten no cae del cielo, que no distribuyen la propia sino la ajena, y que en realidad son irresponsables y malandras porque no trabajaron para generarla, sino que son simples intermediarios que gastan discrecionalmente lo que otros producen previamente.

Los políticos deberían estar preocupados. La gente se ha despertado y no está dispuesta a validar lo inmoral. Están observando con lupa lo que sucede con una hipersensibilidad que no tiene antecedentes. Desprecian a los caraduras, los identifican con facilidad y ahora se animan a criticarlos a cara descubierta, al punto tal que muchos viejos dirigentes ya no se atreven a caminar por las calles porque serían repudiados sin contemplaciones.

Argentina ya cambió. Los paradigmas vigentes son otros e independientemente de cualquier opinión sobre la marcha de la gestión o el éxito del programa económico, no se puede dudar que Javier Milei ha sido el principal mentor de ese cambio cultural, al establecer una bisagra, no ahora que ocupa un cargo de relevancia, sino mucho antes, cuando su discurso disruptivo confrontó contra la dinámica inercial de una agenda con valores perimidos.

Pronto se van a escribir otros capítulos de este sendero. Este mandato recién arranca. Los históricos amantes de la democracia y la república deberían serenarse y aprender a esperar su turno. Mientras tanto podrían analizar el escenario, comprender las nuevas reglas y prepararse para ajustar sus velas aprendiendo a hacer política sin corrupción e hipocresía, con honestidad intelectual e ideas superadoras, sin verso y con propuestas.

* Alberto Medina Méndez es presidente del Club de la Libertad de Corrientes.

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