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La novela de un lector apasionado

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Hay cuestiones que consumen toneladas de fervor. Subrayar libros, por ejemplo, cosecha tanto fans como detractores. Quienes defienden una relación cuerpo a cuerpo con el texto, se sienten perdidos en una relectura sin encontrar sus marcas; para otros, la página no debe mancillarse y merece quedar limpia como si nadie hubiera pasado por ella.

Rodrigo Fresán no subraya sus libros, pero un ejemplar de ¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner, garrapateado completamente y hallado en Shakespeare and Company, una librería mítica de París, define para el autor de Melvill la seducción de la literatura y las razones por las que uno lee y escribe.

Durante la presentación madrileña de su nueva novela, El estilo de los elementos (Random), descripta por Miguel Aguilar, su editor, como “lo más parecido a unas memorias que Fresán va a escribir jamás”, el autor argentino recordó que al hallar esa copia en una mesa de saldos se detuvo en las anotaciones de un lector anónimo, a quien imaginó joven y obligado a estudiar esa ficción compleja y fascinante, publicada en 1936.

La historia paralela que cuentan las notas de Absalón es ni más ni menos que la del nacimiento de un lector. De insultos y observaciones acerca de la imposibilidad de entender lo que el escritor quiere expresar, a medida que se adentra en la historia el lector sin rostro pasa a comentar “esta frase me gusta” o “esto está muy bien”.

El libro parece susurrarle sin prisa sus secretos: camina a su paso. “La última nota del ejemplar es: ‘El mejor libro que leí en mi vida’. Uno lee y escribe para eso”, afirmó Fresán, cuya condición de lector apasionado define y nutre su propia obra.

El estilo de los elementos narra una época “con una enorme sensualidad” destacó el escritor Patricio Pron, encargado de presentar la novela. Aunque la memoria sea un tema para Fresán desde el inaugural Historia argentina (1991), este placer de los sentidos derivado del relato es nuevo, afirma Pron. Los años que van entre 1960 y 1980 se cuentan a través de la circulación cultural y el fresco de ingredientes tan decisivos de un tiempo como los juguetes, los electrodomésticos, las librerías, los bares, las golosinas… La descripción se solaza, por ejemplo, en el sabor de los caramelos Media hora, uno de los dulces más longevos de los quioscos argentinos.

Buenos Aires, Caracas y Barcelona (mapas vitales del autor y de Land, el protagonista), cómo se recuerda y cómo se olvida y los efectos persistentes del covid también juegan sus cartas. Más que un ajuste de cuentas con la generación de los padres es “un ajuste de cuentos”, asevera Fresán, quien la siente como “una novela a favor de los hijos, de todos los hijos”.

El suyo tiene ya 17 años. Rodrigo Fresán cumplió recientemente 60 y dice haber sentido algo que Martin Amis le anticipó alguna vez: «Es como abrir la puerta de un palacio». Desde ese mirador, el pasado luce mucho más elegante, intenso y valioso de lo que uno había imaginado. «Hay mucha literatura posible ahí».

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