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la vida silenciosa de Héctor Larrea

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Un hombre que hacía la radio ahora sólo la escucha. No tiene ánimos de volver al mundo que habitó. Entre tangos y relecturas de Borges, sus días pasan con la quietud como compañera de departamento. Hace casi cuatro años, Héctor Larrea pactó con su ego, se despidió de su público y se quedó en silencio.

Ya no quiere un regreso a la vida pública. Tomó la decisión de darle paso a lo nuevo (a los nuevos) y vivió una liberación: el retiro como rotura de esas cadenas que lo esclavizaban a horarios y compromisos. El reposo bien entendido, no como inactividad sino como otro horizonte desde donde apreciar la perspectiva.

Había amenazado y cumplió: “No me van a ver ni en figuritas”. No es que no tenga más para decir, sino que elige a quién decírselo, sin amplificadores.

“Hetitor” nos recuerda al título El silenciero, el libro de Antonio Di Benedetto. Nos enseñó que “sin enemigos se vive mejor” y se fue a su casa silbando bajito. Poco se supo de él después de ese adiós con música de Gardel que lanzó a fines de 2020. “No hay mejor regalo que irse lúcido, yo que entregué algo sagrado, no lo manoseo más, no lo arruino, me voy a tiempo”, dijo e hizo mutis por el foro. Imposible pensar que logró esfumarse. Su voz está pegada al hipotálamo de millones de argentinos. Ya se lo dijo Diego Armando Maradona alguna vez: ‘Usted es la cocina de mi vieja en Fiorito”.

En octubre cumplirá 86. Sigue usando el sombrero Panamá y lo siguen abrazando los peones jubilados de las fábricas. La productividad de su jubilación está en la mirada pausada, en la escucha sin apuro. Ahora tiene tiempo para pensar y reafirmar aquello que fue su leit motiv, que “la armonía es buen negocio”.

Nos animamos a interrumpir su paz para preguntarle cómo es la vida sin lo que uno más ama hacer, sin lo que él llamaba su “zona angélica de protección”, la luz roja. ¿No extraña demasiado? “No extraño, pero llevo en el alma la radio. Lo que hubo que hacer, mal o bien, se hizo. Cuando se recibe tanto de la mano de Dios, es bueno saber cerrar la puerta”.

No sabe él que allá afuera de su refugio buena parte de la generación de cristal descubre algo parecido a la magia de la radio en el streaming. Esos “creadores” de contenido no hacen otra cosa que lo que hacía Larrea en Rapidísimo, con el Dr. Pueyrredón Arenales, con Rina Morán, Beba Vignola y compañía. ¿Cómo se les explica a los soberbios que creen estar inventándolo todo que mucho antes de ellos, un señor allá en Bragado ponía la piedra fundacional y ya desperdigaba sonido revolucionario en un carrito con megáfono, una propaladora?

En la era en la que el ruido tiene buena prensa, haber elegido el silencio es el último acto de rebeldía del tipo que jamás usó la rebeldía como arma. En la mañana fresca y temprana como una rosa, un duendecito frágil, chiquito, escucha, sonríe y descansa.


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