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Qué pasa en los ciudadanos con los mensajes de un Presidente o Ministro con contenido amenazante

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No caben dudas que si hay dos disciplinas que cada vez “maridan mejor” y que se completan de manera casi perfecta para poder “leer conductas” y entender la realidad, la Psicología y la Política cumplen ese cometido.

En 1967, Paul Watzlawick, filósofo y psicólogo austríaco nacionalizado estadounidense, junto a otros autores publica la “Teoría de la comunicación humana”. La obra marca un antes y un después ya que, a partir de ella, la comunicación no se puede concebir sin tener en cuenta el contexto en el que se produce.

Teoría con plena vigencia, ofrece lo que Watzlawick y sus colaboradores definieron como los cinco axiomas que rigen la comunicación. Para los fines de este análisis alcanza con mencionar dos de ellos. El primero: “Es imposible no comunicar”, refiere a que todo comunica. El segundo axioma expresa que en todo mensaje intervienen dos aspectos, el contenido que se transmite y la relación que se establece entre los interlocutores; sintetizando: “qué se dice”, lo aporta el contenido, y la relación “el cómo hay que interpretarlo”.

Estos conceptos tienen como finalidad, tal y como es habitual en Psicología, generar interrogantes para habilitar respuestas y líneas de pensamiento, máxime cuando últimamente el Presidente Javier Milei emite una serie de mensajes que si bien están en línea con su estilo comunicacional tienen un impacto en las emociones de la población.

¿Qué pasa en nuestro aparato psíquico cuando los mensajes tanto de un Presidente o Ministro tienen contenido amenazante? ¿Qué relación pretenden establecer con los ciudadanos?

Ya sea a través de redes sociales o de medios de comunicación masiva pronunciar un mensaje amenazante, desafiante y violento rara vez tiene buenos resultados. Quienes los emplean suelen concebir al escenario político como un combate en cual, despachar artillería verbal, permitiría obtener la recompensa de los ciudadanos, fidelizar adeptos o sumar nuevas voluntades.

Sin embargo, está comprobado que la ironía, el enojo, la amenaza, o amedrentar en este caso gobernadores, desencadena en los espectadores una serie de emociones que al menos se deberían tener en cuenta.

Las emociones básicas son siete. Sorpresa es una emoción neutra y es la reacción típica ante lo inesperado, alegría es una emoción positiva y las restantes y negativas son: tristeza, miedo, ira, desprecio y asco. Todas, siempre desencadenan conductas y a veces las consecuencias se traducen en verdaderas escaladas.

No hay que perder de vista que la “luna de miel”, esos 100 primeros días de gobierno y que tal y como lo indica la metáfora, corresponden a ese lapso en cual el “enamoramiento” está en su máximo esplendor y tanto liderazgo, nivel de aceptación y popularidad juegan a favor para presentar y negociar medidas y políticas públicas pareciera que termina siendo proporcional al tamaño de los bolsillos. Entonces ¿cuánto tiempo puede resistir la salud mental cuando el dinero no alcanza y los mensajes están impregnados de violencia?

Desde la Psicología advertimos cómo los ánimos van mutando y las emociones se van encendiendo. Lo primero que aparece es la desilusión y la decepción, al igual que cuando se termina el encanto durante una de las fases del enamoramiento. Lo prometido en campaña se convierte en deuda y así aparece el disgusto y el enojo. En esta instancia la moderación y una estrategia de comunicación con mensajes serenos y previsibles son parte del ABC.

Cuando el enojo no es decodificado rápidamente surge la preocupación, ésta ya se evidencia y se irá acentuando en el mes de febrero en concordancia con la compra de la canasta escolar y la vuelta a clases. Luego se instala la queja ya que cuando la realidad duele y hasta cachetea, porque cubrir las necesidades básicas se complejiza, la conducta esperable que acompaña a ese clamor individual es la frustración.

Ya advertimos “enojados” que, para intentar salir del disgusto, piensan en soluciones y las comparten en sus grupos a modo de catarsis. Generalmente quienes experimentan esta emoción son “ciudadanos partícipes y activos” que se mantienen informados respecto de las decisiones que se toman y de las políticas que se implementan; se convierten en evaluadores del desempeño del político.

Otra forma que toma el enojo tras la decepción es conocida como apatía y se traduce en una especie de indiferencia y hasta desánimo; ejemplo de ello es cuando dicen “todos los políticos son iguales”. El desinterés se acrecienta con cada promesa incumplida a la par por el desaliento a seguir participando en procesos de construcción; aparecen los arrepentidos del voto o el “yo no lo voté”.

Lo peligroso es cuando el enojo es ignorado o minimizado, porque rápidamente se reviste de impotencia, se agranda como bola de nieve y los mensajes violentos y desafiantes son el combustible que se necesita para que el fuego arda y comiencen los estallidos de violencia y furia como ha sucedido en tantos países.

Entonces, como todo comunica, ya sean políticos y ciudadanos, como todo mensaje tiene un contenido, pero también establecemos una relación, tengan presente que ni los bolsillos, ni los ánimos ni las emociones resistirán por mucho tiempo discursos de guapos; es imposible construir desde la amenaza.

Dra. en Psicología, Mg en Marketing político, Docente y Periodista. (@rizzoguille)

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