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su transformación para la eficiencia y el bien común

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Un Estado injusto e ineficiente es lo más regresivo y alimenta así un clima de época no ya para su necesaria transformación sino para su jibarización y funcionalidad a un sistema más concentrador y excluyente.

Resulta claro que el triunfo de Milei, entre muchas razones está dado por esa falencia: un Estado que no cumple sus funciones o las cumple deficientemente.

Esta situación si bien es causa del desguace y desarticulación que se inició en la Dictadura y se profundizó en los años 90, cuajados en el machacante discurso deslegitimador, que nos convirtió en epígonos de Bernardo Neustadt, también se debe a la incapacidad de los proyectos nacionales y populares, condicionados por el endeudamiento, la falta de recursos o la pandemia para reconvertir un Estado viable, que no esté coaptado por mafias y/o máquinas de impedir que le permitan desplegar políticas virtuosas de desarrollo y equidad que re legitimen su rol y accionar.

Que diferente hubiera sido todo si en los últimos años, y dejando de lado las buenas políticas que hubo en ciertos casos, más allá de las dificultades contextuales y estructurales mencionadas, se hubiera encarado el tema de mejorar la atención al ciudadano, encarado políticas de empleo en blanco, reconvirtiendo los planes sociales, proveyendo bienes públicos de calidad a los más necesitados, bajar la inflación, reducir racionalmente los subsidios, reconstruir el crédito hipotecario, salir de instrumentos transitorios legítimos como las restricciones cambiarias pero que no pueden ser un elemento permanente de gestión, al igual que los planes sociales.

Un Estado Federal e inclusivo con calidad institucional y transparencia, hubiera generado empatía en la ciudadanía, especialmente en jóvenes que no conocieron otro Estado, anticuerpos necesarios para que no hubiera prendido, más allá del acicate de los continuadores de Neustadt, el discurso deslegitimador.

Voy a dedicar algunas líneas a analizar los dos carices centrales de esta discusión.

1) A nivel conceptual hay una amplia literatura que demuestra como los países que hoy están desarrollados lograron serlo por un Estado presente que despliega una batería de instrumentos -inversión directa, subsidios, precios sostén, crédito dirigido, tasas preferenciales, compras gubernamentales, reservas de mercado, proteccionismo comercial, joint ventures con el sector privado-, etc. Recomiendo la lectura del libro “Kicking away the Ladder” del surcoreano Ha Joon Chang que significa conceptualmente “Pateando la escalera”.

El libro demuestra como EEUU, y Europa se potenciaron históricamente con un Estado presente y limitaron la intervención del mismo cuando se volvieron desarrollados. Rol de intervención que retoman cuando hay crisis económicas como la de 2008 y 2009 o la pandemia. De nuevo sin juzgar la eficiencia o los beneficiarios de dichas intervenciones. Regula, gasta, limita o fomenta. Actúa y punto.

Lo mismo ocurre en los países de Asia que más han crecido en las últimas décadas, dejando de lado el caso chino. Por ejemplo, Corea, Taiwán y Vietnam por citar tres de los muchos casos exitosos de la región. Entre 1980 y 2000 aún a pesar de la crisis financiera, Asia creció 6,3% promedio anual contra 0,6% de América Latina. Tomo este período porque refleja como Asia despega luego de los 70, dejando atrás a América Latina que estaba mucho más avanzada que el Este de Asia hasta los años 60. Siam Di Tella no pudo ser lo que fue Hyundai por la falta de políticas públicas razonables de estímulos selectivos con compromisos de productividad en el sector privado, en Argentina a partir de los años 70.

Desde una perspectiva práctica y moral el Papa Francisco en la encíclica Evangeli Gaudium señala “Al Estado compete el cuidado y el bien común de la sociedad sobre la base de los principios de subsidiariedad y solidaridad, y con un gran esfuerzo de diálogo político y creación de consensos, desarrolla un rol fundamental, que no puede ser delegado en la búsqueda del desarrollo integral de todos. Habla del Estado como un medio y un fin que es el desarrollo humano.

Desde la filosofía del derecho John Rawls, defendiendo un Estado presente afirma que las únicas desigualdades en la intervención pública que deben ser toleradas son aquellas que son en beneficio de los sectores más postergados.

La existencia de fallas de mercado que impiden una productiva y justa acumulación y distribución de la riqueza, la existencia de monopolios y oligopolios, la inversión necesaria en áreas y personas que no son atendidos debidamente por el mercado, justifican una intervención virtuosa. Como decía Willie Brandt “Tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”.

2) Existen innumerables ejemplos donde el Estado es y ha sido eficiente. Los ferrocarriles de Europa Occidental, el sistema de salud británico o el canadiense por su cobertura y calidad a diferencia del seguro de salud de los EE. UU, sistema más caro y excluyente. La Aerolíneas Argentinas estatal con mucha mayor cobertura geográfica, rentabilidad y puntualidad desde su estatización que el vaciamiento privado de Iberia y Marsans.

Muchas empresas del sector privado pudieron desplegar por su asociación virtuosa con el Estado. El caso de Techint. Por supuesto también están los casos donde la intervención estatal fue fallida. Está claro que una forma de conducir y administrar el Estado está agotada, que hubo uso y abuso de instrumentos que no permitieron un proyecto de desarrollo o perpetuaron una crisis que desembocó en alta inflación, falta de empleo de calidad, malas o insuficientes prestaciones. Pero tanto en el Estado como en el sector privado argentino y mundial hay ejemplos virtuosos y viciosos.

Está claro que salvo en casos de extractivismo, explotación de elevadas rentas, concesiones viles o en empresas que se vuelven globales luego de “que el Estado les prestó la escalera”, no puede haber empresas a las que les vaya bien si al país o al Estado les va mal.

Cuando se quiere recrear un modelo al estilo de los años 90′ está claro que el mundo, a diferencia del mundo post-caída del Muro de Berlín, no avanza hacia una pacífica liberalización global, sino que profundiza una regionalización de bloques hegemónicos en conflicto que hacen suicida una estrategia aperturista a ultranza, como la que propone el Gobierno. Un hipotético triunfo de Trump reforzará ese mundo con una estrategia que nada tiene que ver con el modelo económico libertario mini anarquista.

Un proyecto de desarrollo requiere de promoción de recursos humanos, inversión pública de calidad, desarrollo de cadenas productivas en asociación con el Estado, integración regional con los países vecinos, para tener escala y poder competir en ciertos nichos como Asia en este mundo de guerra de bloques.

El FMI y el Banco Mundial han reconocido el grosero error que impulsaron en los años 90 cuando impulsaban ajustes fiscales de caja en detrimento de la inversión de bienes de capital y de recursos humanos que conspiraron con el crecimiento de largo plazo. Como la transferencia de la educación a las provincias sin recursos institucionales, humanos o financieros, o cuando se vendió YPF en el piso de precios del petróleo para imputar su venta y “mejorar el superávit primario” a fines de los años 90.

Fuera de cuestiones de ética y sensibilidad social, cerrar las cuentas echando personal calificado que cuesta formar, destrozando el sistema de ciencia y tecnología, reduciendo la inversión productiva, salud y educación, es de una miopía económica que ya le costó muy caro a la Argentina desde la segunda mitad de los 70 y especialmente en los años 90.

Pero no cabe la nostalgia, no se puede volver atrás, al Estado que fue. El país y el mundo es otro al de décadas atrás. Las demandas ciudadanas, la organización de la producción y el trabajo dado el profundo cambio tecnológico y de las relaciones sociales también.

Por supuesto que los sectores populares y del progresismo deben analizar que funcionó mal, que proyecto de desarrollo de mediano y largo plazo faltó, que instrumentos fueron mal aplicados, que reforma tributaria y del gasto público no se aplicó, que relación Nación Provincias no se actualizó, que sana reforma del Estado en sus tres poderes incluyendo Empresas públicas no se impulsaron, que cambios razonables en las relaciones laborales no se hicieron. Que re estructuración de un sistema previsional (jubilatorio y de asistencia social) justo y sustentable no se encaró.

Un nuevo Contrato Social. Nuevas formas. Hace falta otro Estado más inteligente y eficiente. Un Estado que piense en el desarrollo humano conciliando la cuestión ética y de promoción social además de la eficiencia económica. La alternativa a la barbarie, es pensar otro Estado en interacción virtuosa con el sector privado, junto a otras formas de organización social, cooperativas, sectores de la economía popular, participación de los trabajadores y usuarios de servicios en la propiedad de empresas de servicios. Desarrollar redes de personas, conectando saberes y necesidades. Pensar una “Nueva Comunidad Organizada” acorde con los nuevos tiempos.

Director de Synthesis

Ex Presidente del Banco Central de la República Argentina

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